Los peligros de ser papá – amigo
Algo pasó con nuestra generación, la de los cuarenta. Parece que no nos gustó cómo nos educaron o, lo que puede ser peor, no supimos agradecer todo lo bueno que ésta tuvo. ¿Por qué se preguntarán ustedes? Lo que pasa es que los adultos renegamos de la educación que nos dieron y decidimos cambiarla por completo.
Es como si hubiéramos dicho algo así: lo pasé tan remal con mis padres estrictos, me faltaron tantas cosas cuando niño; tuve un padre tan complicado y distante que yo no
quiero que mis hijos pasen por lo mismo. Por eso yo, como papá y mamá, les voy a dar todo lo que pueda, porque quiero que ellos sean felices.
Así nació una generación de padres distintos. Esto, además, apoyado por ciertas corrientes sicológicas que planteaban en forma errónea que los padres debían ser amigos de sus hijos. Esta frase tan internalizada en nuestra sociedad apunta – y lo quiero dejar claro desde ya – a que los padres deben ser cálidos e incluso ser “buena onda” con los hijos; lo que pasa es que tiene que privilegiarse el rol educador. Yo soy mamá y mi función es educar a mis hijos, y eso muchas veces es una pega agotadora en la que tengo que poner límites, tomar decisiones por ellos que muchas veces no les gustan, decir que no muchas veces al día, y mantener una consistencia educativa que traspase mis palabras, que esté amparada en los hechos.
Gran parte de los problemas que tienen nuestros hijos hoy, como la escasa motivación por los estudios, la baja tolerancia a la frustración, la impaciencia y esta “lata” generalizada, con una sensación de soledad inmensa, se debe a que a los padres se nos olvidó ser autoridad. Nosotros somos los que mandamos en la casa, nos guste o no; nosotros decidimos qué se come o no se come, por lo menos la mayoría de las veces; nosotros decidimos si nuestros hijos van o no a ver a sus abuelos, porque si no, ellos no lo van a hacer por su propia voluntad y, por lo tanto, van a crecer sin historia y sin valorar la experiencia.
Me toca ver con horror cómo los papás han ido perdiendo el control sobre los hijos, y dicen frases como: No sé qué hacer con mi hija, y cuando le pregunto la edad, me
entero de que tienen dos años y medio; yo no sé lo que pretenden hacer cuando la niña tenga quince años.
También es frecuente escuchar a padres que les dicen a los profesores: Dígale usted que se corte el pelo, porque a mí no me va a hacer caso. ¡Plop! O dicen: ¿Cómo lo obligo a hacer esto o aquello si no tiene ganas?
La razón de todo este modo de funcionamiento se debe a un sinnúmero de factores, entre los más importante están: la tendencia generalizada del chileno a evitar cualquier tipo de conflictos. Con tal de no verle la cara larga a nuestro hijo somos capaces de hacer lo que él quiere.
Evitamos los conflictos todo el día, según nosotros porque tenemos muchos problemas por fuera de nuestras casas como para tener que adentro de ellas y, por lo mismo,
transamos en lo único en lo que no debiéramos hacerlo: la educación de nuestros hijos.
Otra variable importante es nuestra eterna búsqueda del placer y, por lo tanto, la evitación del dolor. Esto es curioso porque seguramente usted que está leyendo esta
revista, no ha aprendido nada de la vida, por lo menos de lo importante, sino ha sido a través del dolor. Y, sin embargo, queremos que nuestros hijos aprendan de otra
forma, cuando en el fondo de nosotros sabemos que no se puede.
Otro factor es el supuesto poco tiempo que pasamos con nuestros hijos. Digo supuesto porque, en realidad, si un papá tiene una hora para ver las noticias, tiene en realidad una hora para estar con sus hijos, lo que pasa es que prefirió ver las noticias. Si una mamá tiene una hora para ver las teleseries, tiene una hora para estar con sus hijos. Al final, es un tema de prioridades.
Pensemos, si somos bien honestos, que los microondas nos iban a servir para estar con los que más queríamos, y eso no ha ocurrido; las autopistas nos debían permitir estar más temprano en nuestras casas, y al final salimos más tarde de la pega porque sabemos que nos vamos a demorar menos. Así, nos seguimos mintiendo; nos quedó cómodo que los niños aparentemente estén “entretenidos” con la tecnología.; parece que nadie pela en la casa y que nos llevamos todos bien, pero, por favor, pensemos en cuanto tiempo real estamos con ellos para ejercer nuestra autoridad y poder educarnos como debemos.
Una última variable en este fenómeno de no poder ser autoridad pasa por el concepto de felicidad, donde indudablemente ha ido cambiando por el “tener”. Es como entender que la felicidad se compra y, por lo tanto, como nos sentimos culpables de dejar a nuestros hijos solos, los hemos ido tapando de cosas que, por supuesto, no nos han
hecho más felices. Esto los ha transformado en niños malagradecidos, insatisfechos, reclamones, y con la sensación de que por ahí no va la cosa.
Las consecuencias de ser “papá – amigo”
El tema de ser padres-amigos de nuestros hijos tiene muchas aristas, algunas son sociológicas, como las que de alguna manera explicaba antes, pero también tiene que ver con lo sensibles que somos los adultos de hoy al rechazo de nuestros hijos. No queremos verles la cara larga, que nos digan que somos anticuados, distintos a los padres de sus compañeros, que somos “mala onda”. En realidad, queremos ser papá buena onda, aparecer como evolucionados y esto nos hace ser tremendamente ambiguos en nuestra forma de educar; nos cuenta decir que no. Nos vamos en cuarenta explicaciones, somos los reyes de los “depende”, con lo que metemos a los niños en una red de inseguridades que les impide conocer qué es correcto y qué no y todo parece permitido.
Las consecuencias de ser papás-amigos son muchas: los niños no tienen un referente distinto de sus amigos para educarse, desarrollan una pésima tolerancia a la frustración porque los padres no les dicen que no, y si lo hacen, cambian fácilmente con ciertas manipulaciones. Los hijos se transforman en manipuladores porque ya saben que pueden hacer lo que quieran, todo está en cómo lo pidan.
Al final, los adolescentes se siente solos y poco seguros porque en un principio es entretenido tener papás así, pero con el tiempo ellos empiezan a sentir que necesitan de alguien que los guíe porque si no, se mueren de angustia.
Los niños, en su desarrollo sano, necesitan límites, disciplina y conductas fijadas que los padres, mezclado con afecto: es la fórmula para una buena educación.
Ternura y disciplina parece ser la clave. Más aún , es importante que se tenga claro que mientras más claro es un padre o una madre en su forma de educar, más expresiva y
libre para amarlo está, porque si no es así, la rabia como sentimiento encubridor deteriora la calidad del vínculo.
En general, de acuerdo con mi experiencia en Chile, me topo frecuentemente con estos papás amigos que no saben cómo salir del embrollo en que se metieron un poco por su
visión cortoplacista de “total ya van a crecer”, “son niños”, “le ponen mucho color”, etc., y cuando quieren poner límites cuando son más grandes, es
demasiado tarde.
Los papás de los más grandes, desde octavo básico, están muy angustiados. Muchos perdieron la batalla, están con la sensación de que ojalá “no se manden una embarrada muy grande”, sintiendo que ya no saben que hacer con sus hijos.
Existe otro porcentaje de papás que, aunque me duela decirlo, no está “ni ahí” con educar a sus hijos; esos que contratan radiotaxis los fines de semana por la lata de tener que ir a buscarlos. Esos niños que están literalmente “a la que te criaste”, sin ninguna norma.
Y estos padres tienen la patudez de decir que confían en sus hijos y por eso no les ponen límites. También existen, los que están tratando de ser amigos con sus hijos y les dicen a todo que bueno. ¿Cómo no les van a comprar celular si todos tienen? Capaz que el hijo se traume, sin entender que le están diciendo que vale desde que lo tiene y no antes.
Papás que les dan permiso para todo, que fuman con los hijos, que toman con ellos para que “aprendan”, que les financian los piercing y la ropa más rara que les piden.
Papás que les permiten a sus hijos por miedo al rechazo, que reciban amigos en sus piezas, entendiendo que ellos necesitan “privacidad” y no son capaces de decir que para eso está el living y no las camas.
Estos papás-amigos no colocan límites, pero tampoco dan mucho cariño, no abrazan porque van a ser rechazados, no dicen “te quiero” por temor al ridículo y, por lo
tanto, tampoco son consistentes en la forma de educar.
Por supuesto que existen los que lo están haciendo bien, que ponen límites, que retan cuando hay que retar, que cumplen los castigos y también lo bueno, que entregan
afectos, que tocan, que besan, aunque los adolescentes los rechacen, ya que entienden que eso es una pose y que no quiere decir que no lo necesiten. Son papás que entran a las piezas de sus hijos aun cuando la puerta esté cerrada, que dicen “te quiero”, pero con la misma claridad son capaces de decir que no, aunque esto implique tener al “niño” o la “niña” con cara larga varios días.
Quizás es porque entienden que la educación es una siembra diaria, en la que la cosecha no se ve de inmediato, y que, por lo tanto, hay que preocuparse día a día.
Estos papás probablemente lo están pasando peor que los otros hoy, pero yo les quiero decir que no se cansen, que los padres no nos podemos cansar, que no podemos renunciar a la tarea maravillosa de hacer un niño una persona, que ésa es nuestra tarea y no de los colegios, y que cuando se asume como tal es el regalo más maravilloso al que podemos postular.
Nuestros hijos necesitan urgente que los eduquemos en responsabilidad; ellos deben tener conciencia de sus deberes y no sólo de sus derechos, tienen que colaborar en los ritos familiares y en las cosas de la casa en general.
Debemos reenseñarles el concepto de libertad, ya que claramente no es hacer lo que ellos quieren, sino vencerse a sí mismos. Para poder ser realmente libres ellos deben
vencer la “lata”, el mal genio y las no ganas de hablar, pero para que esto se dé, los adultos debemos dar testimonio, cosa que no estamos haciendo.
Por último, debemos educar a nuestros hijos en la fuerza de voluntad y la perseverancia, porque nada en la vida se logra sin esfuerzo y esta generación funciona con la menor energía posible.
Les quiero transmitir que nuestros hijos no se van a traumar si les decimos que no, que no se dañan si uno les castiga por una razón educativa y que necesitan que uno
cumpla con lo que se les dice. Se necesitan padres que establezcan, en la calidez de la relación, límites claros para crecer y transformar a nuestros hijos en emprendedores del futuro.
**artículo de Pilar Sordo